Clase 09
26.08.03
Profesor Manuel Sanfuentes
Retomamos del inicio del año aquella
radical postura venida de Godo y de toda la Santa Hermandad de la
Orquídea, esa de: “Dante o Nada”…
de “esa selva selvagia
que es áspera y fuerte… ahí en medio del camino
de nuestra vida…”.
Nada, en el sentido de que ahí en
adelante: Todo. No más el poema solícito o que se
complace en su alabanza; ya no. La palabra luego de Lautreamont
fue abierta hacia la totalidad: “la
poesía debe ser hecha por todos y no por uno”.
Desde entonces, puesto que la palabra se cobra
su decir y nos interpela, el poema o la acción de la poesía
ha exigido de una prestancia diferente; por un lado un portador
(como el fuego de Prometeo) y por otra los portadores que hacen
que ese fuego se sostenga, avive y se consuma.
Dante es una hazaña; el Nada, es el reconocimiento
de esa magnitud que todo toma y hace presente… ya en el Paraíso,
en el vigésimo primer canto, el poeta dice desde el verso
52:
Mi mérito no hace
que yo sea digno de obtener respuesta;
mas por quien me concede que pregunte,
alma beata que así estás
oculta
en tu Leticia, hazme manifiesta
la causa que en mi vera te ha situado;
(…)
El poeta pide más que una respuesta, pide
que la causa se haga manifiesta; que se manifieste esa voluntad
de llegar aquí al lado de uno como un oído que pide
su secreto. Pero como no hay respuesta no hay secreto, y cuando
no hay secreto la cosecha es una proeza, una comunión entre
el hombre y la naturaleza; la semilla y la mano del sembrador.
Desde entonces la poesía ha buscado un devenir
que la extienda más allá de unas quietas páginas
que apaciguan. Recordamos al Duque Guillermo de Aquitania, más
menos del año 1100 a.c.:
Faré un poema de la pura nada
no tratará de mí ni de otra gente.
No celebrará amor ni juventud
ni cosa alguna
sino que fue compuesto durmiendo
sobre un caballo.
Esta pura Nada que ni cosa alguna sostiene, esta
abertura del poema a la que nos referimos; abertura en cuanto la
palabra se ha montado sobre un caballo y se desplaza, va y se enciende.
Desde entonces la poesía va en ese vuelo,
de ese modo surge la phalène como el sueño despierto
de la poesía; el poeta, godo, supo que había ese curso
que tomar: esa palabra sobre las barcas y que a las aguas apacigua
y lleva a todos al concilio de la palabra; más que recoger,
reúne, sostiene y contiene todos los decires, todas las bocas.
Esa misma exigencia nueva o abertura fue la que
hizo a Rimbaud sucumbir ante la disyuntiva entre la realidad y la
palabra; no dejó de escribir, pero para él la poesía
era un juego de niños, una velada con el arrebato.
Desde entonces la poesía ocupa un lugar
cuando menos se le espera; desde entonces hasta hoy día la
poesía nunca había intervenido de manera tal en un
quehacer humano… mera colaboraciones varias, asesorías
por montones, ministerios, embajadas, presidencias; pero ni un quehacer,
ni un oficio; ni una actividad verdaderamente humana.
La Escuela trajo de suyo a la poesía a su
quehacer, a su propia casa; abrió las puertas y quedaron
abiertas batiéndose desde entonces. La phalène fue
el paso hacia fuera, hacia la extensión, al aire libre donde
la palabra aletea y toma vuelo, donde se da la fiesta y el juego
de todos, la fruición de los cuerpos, el roce de los decires…
Culmino con los versos finales del Paraíso
de Dante, los cuales rematan con el verso que en la tumba de Godo
en la Ciudad Abierta se dejan leer:
Y cual geómetra que se empeña
todo
para medir el círculo, y no encuentra,
pensando, ese principio que investiga,
tal yo me hallaba ante la vista nueva:
quería ver cómo se concertaba
la imagen con el círculo, y en donde;
las propias alas no eran para esto,
pero mi mente se sintió alcanzada
por un fulgor en que su querer vino.
A la alta fantasía faltó
impulso,
mas ya empujaba a mi desear y al velle
tal como rueda que uniforme gira,
el Amor que mueve al sol y a las estrellas.
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