Clase
02
02.07.03
Profesor Jaime Reyes
Comenzamos este período del Taller de América
sobre una palabra como enunciado principal: VIAJE. Preguntamos entonces
qué cosas eran absolutamente indispensables para que un viaje
exista, aquello esencial que no puede faltar para que un viaje se
cumpla. Ustedes dieron una lista de la que recogimos la palabra
partida y acabamos proponiendo que amereida es un poema de viaje
y de partidas. Voy a extenderme un poco sobre esta proposición,
aunque debo aclarar que el libro es mucho más y que se lo
puede recoger desde múltiples puntos de vista. Este es sólo
uno más.
El primer poema de amereida es una exhortación a los marinos,
que acaso sean los viajeros por excelencia. El 2º y el 3er
poema tratan la travesía; la definen y la anuncian. Luego
viene el inventario (pag. 51); un orden para enumerar poéticamente
aquello que llevamos en un viaje. Luego se menciona quienes viajan
y quienes ayudaron en el viaje (pag. 58). En la página 67
aparece la palabra náufrago, sobre la que me detendré
más adelante. Y así puedo seguir citando directamente
párrafos repletos de relaciones.
- pag. 77: los viajes enseñan (entre otras cosas) que las
palabras son como extrañas a las cosas que nombran...
- pag. 80: ¿el viaje? acaso hay que venir a celebrar en el
lugar mismo ver marcar inscribir
- pag. 82: y aún más -para poder hablar hay que perder
la palabra- lo que se produce en el simple viaje...
- pag. 90: ...una respuesta - mañana partimos a recorrer
américa
- pag. 92: para respondernos mañana partimos...
- pag. 96: para palpar el presente de lo leve es que mañana
partimos a lo largo y ancho de América...
- pag. 99: mañana partimos a tierras de climas extremos en
su estación extrema al cabo de hornos para desde allá
comenzar a recorrer América...
- pag. 102: por eso mañana partimos a recorrer América
e ir junto a ella sin interrumpirla cuando nos diga sus encargos...
- pag. 106: para deshacernos y deshacer este equivoco es que mañana
partimos a recorrer América...
- pag. 111: para librarnos y librar al presente de toda sospecha
de impostura mañana comenzaremos a recorrer América...
por eso mañana partimos...
- pag. 116: por eso mañana partimos a recorrer América
en camioneta...
- pag. 120: y para llevar a cabo este mirar mañana partimos
a recorrer América...
- pag. 124: y este lenguaje de lo múltiple debe hablar en
América él nos lleva a que mañana emprendamos
el comienzo de un viaje que atraviese sus tierras...
Luego desde la página 134 a la 153 están
citados los cronistas españoles que vinieron por primera
vez y sus crónicas son relatos de viaje. En la página
169 están los mapas y la palabra orientarse, el sentido poético
de nuestra orientación. En la página 186 y 187 están
los mapas con la ruta de viaje de la primera travesía. En
la 189 dice y acaba “el camino no es el camino”.
Ahora quisiera recoger dos palabras mencionadas
la clase pasada y que nosotros reunimos en una sola en aquella lista,
las palabras “regresar” y “llegar” las unimos
en la palabra VOLVER. Pues bien, en la página 184 de amereida,
justo cuando el poema va a terminar hay un párrafo que dice:
(se lee la página 184)
Resulta que todas las partidas habladas en el poema
culminan con una sola, la más importante. Al final se parte
para llegar, para volver. Y el poema indica la clave para comprender
un poco más profundamente el asunto cuando dice que en esta
acción intermitente de ir y volver se construye “lo
permanente” de una ciudad. Voy dar un ejemplo.
Hay una instancia en que una partida queda frustrada; una situación
extraordinaria por la cual aquel que partió de viaje puede
quedar impedido, incompleto, interrumpido. Hay un viajero cuyo viaje
queda suspendido ad eternum y su alma permanece en vilo atrapada
entre los fantasmas del tiempo. Estoy hablando del naufragio. Un
náufrago vive en una contradicción del tiempo porque
no tiene presente. Todo su mundo se basa en el pasado y en el futuro.
Sobrevive entre sus recuerdos y la esperanza de ser rescatado. Vive
así en una emergencia constante e insostenible, en un mundo
que no le pertenece y que no puede recibirlo. Vive sin orientación,
irremediablemente perdido y completamente sojuzgado por las circunstancias
del fatal destino. Un náufrago no puede construir nada permanente
porque no puede volver. Esa es la parte del viaje que le ha sido
negada y es por esa negación que no consuma su viaje y así
tampoco se presenta la verdadera realidad. La construcción
de lo permanente que se da por el volver es también la construcción
de lo trascendente (1).
Profesor Manuel Sanfuentes
Iluminación; del latín Lúmen: Lumbre: “cuerpo
que despide luz”. A veces decimos de alguien que es una lumbrera
pues al despedir luz ilumina.
Podemos decir que la iluminación es el arte
del tablero, no lo es de quien dibuja a la intemperie, sino de quien
tiene enfrente una página y se dedica en exclusiva a darle
luz, a darle a luz.
¿Cómo partir con esa primera línea
o trazo que dará el pie para todo lo siguiente? Esto implica
una meditación en el sujeto; los monjes de los monasterios
europeos del año 1000 más o menos transcribían;
es decir, también copistas, lo que en un texto original era
sólo palabra.
Entonces ellos partían con la inicial, con
la primera letra que daba pie e inicio al texto, otras veces tomaban
la primera palabra entera; pero siempre había una partida
que iniciaba y entonces el motivo se engalanaba en la reflexión
meditativa del texto y de la luz que se iba agregando.
Luz en cuanto claridades; el texto se convertía
así en un claro airoso, en una instancia de recogimiento.
La invención de la imprenta y los iconoclastas
que desestimaron toda imagen que representara lo divino terminaron
por destruir el arte de los copistas; los monasterios y las iglesias
fueron quemados y los escribas perseguidos.
Sin embargo, las primeras ediciones impresas partieron
imitando las grafía de los manuscritos, su composición
y modo de iluminar. Hasta hoy podemos ver cómo esa tradición
no desaparece sino que queda.
Puesto que se lee y se dibuja simultáneamente,
la imagen debe dar una guía que al lector no distraiga sino
que deje intacto en su lectura.
Esta tradición que queda es la que ha reunido
a la palabra y al dibujo, pues para ambos hay una misma mano que
ejecuta, una misma página que recibe y una misma luz que
ilumina al lector cuando ha de leer.
Ese cuerpo que despide luz a veces recibe o canta
a esas luminarias o habla bajo esa luminosidad. Es el caso de las
“Iluminaciones” de Arthur Rimbaud, que sin una sola
imagen puede transformar el texto, la palabra, en una visualización
tajante; leo algunos versos que parecen iluminarse:
- “las piedras preciosas que se ocultan,
las flores que ya miraban”
- “Madame instaló un piano en los Alpes”
- “desfile de encantamientos”
- “incluso ataúdes en un palio nocturno”
- “he abrazado el alba del verano”
- “la mano del maestro anima el clavecín de los prados”
- “nada quedará de las apariencias actuales”
Y así… etc.
La razón por la cual Rimbaud tituló
así su libro, me atrevo a decir que, careciendo de toda imagen,
luz o cromaticidad, él sabía que ese modo de ir diciendo
era exacto al del escriba que combatía su conciencia dándole
a la palabra su iluminación.
Rimbaud sabía que él hacía,
al par, bailar y meditar a las palabras; era un problema de apariencias,
pero él se dedicó a un punto que fue sólo el
poema y a falta de imagen todo en él imaginaba e ilustraba
como una enseñanza. Entre radical e inocente el “lenguaje
del alma para el alma” podía suplir esa carencia. La
palabra estaba ya dedicada.
Si hemos de proceder con la poesía, asistimos
a ella como ejemplo y paradoja. Nosotros partimos a iluminar nuestro
quehacer, éste del Taller de Amér¡ca, con aquella
tradición del manuscrito, con aquella omisión de Rimbaud
y con toda la invención que aquí en la Escuela se
ha hecho de la caligrafía; que al fin es la mano y el reflejo
de cada cual: su propio pulso.
El joven Rimbaud partió a África,
a la calidez misma que él había proclamado. Hay un
viajar que se da en la poesía siempre por fuerza –mayor
o menor- y que no obedece a una ordenanza ni a un deseo sino solamente
a la palabra dicha; hay una fidelidad tal a lo cierto que incluso
puede diferir de la opinión de uno mismo.
A mí me pareció, a propósito
del viaje a Japón, que había algo anterior en el oriente
que en el occidente; algo que se venía dibujando de antemano
más allá del tiempo. Japón, al mismo tiempo
que es el sumun de lo civilizado y tecnológico habita ese
tiempo anterior que yo sabía se guardaba en esa capacidad
de reducir todo a un trazo y su fonema.
O ver sin comprender, oír sin entender;
siempre habrá una zona incomprensible; el desconocido que
trae la poesía es ese lado que carece de dominio.
Oriente es un modo de preceder a lo europeo; el
viaje no siempre exige de una familiaridad para entretenerse, sino
que pide en el mismo acto de viajar encontrarla, ir hacia ella;
la fraternidad no se da entre los amigos, pues ya los son, sino
en aquellos en que uno reconoce una desconocida semejanza.
Y allí en Japón esa semejanza fue
el encuentro con una espiritualidad que lleva a la práctica
una meditación no sobre el motivo o sujeto, sino sobre el
vacío mismo o carencia que se da en uno.
Y así como el monje europeo tenía
su tablero, su atril de trabajo y meditaba en aquello que allí
estaba haciendo; el monje en oriente separa y medita en medio de
su ausencia, ascua o vacío, y su quehacer es observancia
de un silencio que medita más conciente.
Todo el viaje ha de reposar no en la comprensión
sino en el hallazgo de esa familiaridad; incluso podremos no comprender
el lenguaje del lugar pero sí su proceder, sus gestos; y
puesto que somos hombres y mujeres que observamos podemos distinguir
y dibujamos, iluminamos la extrañeza más compleja
y luego la damos de leer y el otro comprende y cae en la cuenta
puesto que ha sido iluminado.
La luz de la poesía no es demostrativa,
podríamos decir es instructiva puesto que ella misma se instruye;
por eso ella guarda silencio, atiende y va siempre en busca de un
nuevo hábito para que vuelva a ser iluminada.
Notas:
(1) (Recuerdo a propósito
de estas palabras una cita que hiciera hace algunos años
en este mismo Taller y que la semana pasada tratamos en el curso
de Presentación al Diseño del primer año. Hablábamos
de la sociedad que elaboraron algunos piratas del Caribe: La cofradía
de los hermanos de la Costa en la isla LA Tortuga.
Esta es una sociedad anarquista y utópica que tuvo lugar
y momento. Una sociedad que extravió a propósito los
puentes que la unían con otras sociedades para condenarse
a un extrañamiento imposible e infecundo. No le interesa
si el mundo la considera dentro o fuera de sus leyes, sólo
cuenta que sus hombres sean y permanezcan libres.
Estando a bordo de un barco se es libre (salvo a bordo de un buque
militar, sobre todo uno inglés del S. XVII) porque sólo
se responde ante el capitán. Por el contrario, al desembarcar
se pierde esa libertad absoluta del mar porque en tierra se debe
responder ante las complejas y múltiples leyes, ante la siempre
inquisidora policía y ante los severos y parciales jueces.
En tierra se deben rendir cuentas y pagar tributos e impuestos.
Los hombres del siglo XVII habitantes de la isla Tortuga no sólo
estaban incómodos ante tales órdenes sino que renegaban
del mundo y en ello sus modos y posibilidades de establecer una
otra manera de vida. Sin embargo hay una trampa sutil pero grave
en semejante utopía: En la Tortuga nadie podía tener
realmente un verdadero anhelo puesto que todo cuanto necesitaban
o deseaban ya estaba allí, al alcance de la mano. Nadie podía
pensar en el progreso social o en la evolución técnica
(no construían barcos; era más fácil robarlos)
o filosófica. No había que mejorar las cosas. Todo
ya está y una sociedad así, siendo “perfecta”,
no puede continuar ni continuarse. Es una sociedad siempre presa
de su circunstancia, de los hechos políticos, económicos
y sociales externos que la sostienen en su independencia, que entonces
es sólo aparente. Una sociedad que no puede hacer mundo puesto
que está fuera de él. Una sociedad que no puede perdurar
más allá ni resiste la más simple pregunta:
¿Cómo es el presente? Es esta una pregunta carente
de cualquier sentido en la isla Tortuga, puesto que el presente
para ellos no existe en cuanto a situación temporal. No hay
presente porque no hay tarea ni deberes ni esfuerzo para alcanzar
algo. El tiempo para ellos no es el constante fluir de la realidad
sino más bien una dimensión estática, inútil
y siempre homogénea. Se deduce que para estos filibusteros
no hay tiempo, no hay trascendencia, no hay la idea de la perpetuación
de nada. Es una sociedad náufraga.
Por esto es que no se admitían mujeres (y aún no se
las admite tradicionalmente sobre los barcos). La mujer, en su vínculo
con el hombre, hace una sociedad con temporalidad. Aparece el domingo,
que no es otra cosa que el presente puro cuidado por su prodigio
extraordinario (En la tortuga todos los días eran ordinariamente
domingo). Aparece la muerte como un traspaso y no sólo como
la consumación de la valentía. Los hijos son la trascendencia
antes de la muerte, son resurrección vital. Es por ellos
que se vive el presente.
Una sociedad con hombres y mujeres que viven dentro del tiempo requieren
del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo para que sus anhelos,
más que cumplirse y acabar, permanezcan siempre como tales.
En 1655 comienza el ocaso de los habitantes de la isla Tortuga.
Bertrand D‘Obregon - que está mandado por Luis XIV
- es electo gobernador por los piratas, que ya en otras ocasiones
habían elegido al enviado del rey, pero siempre había
sucedido que en lugar de ponerlos en orden, estos gobernadores “oficiales”
acabaron sumándose a la vida filibustera. Francia sabe entonces
que no conseguirá doblegar a la isla mediante la fuerza militar
ni con la creación de lealtades. Lo ha intentado antes y
siempre obtuvo fracasos. D‘Obregon contrata a cien mujeres
para que vayan a pasar el resto de sus días a la isla. Desembarcan
todas juntas. Son prostitutas, huérfanas, presidiarias. (No
importan en absoluto tales orígenes, que por lo demás
son los mismos que aquellos de los filibusteros.) El efecto es el
deseado. Los hombres se emparejan, algunos tienen hijos, la ropa
recién lavada cuelga secándose al viento afuera de
las chozas, los guisos y las sopas calientes aguardan sobre las
mesas. Los bucaneros son ahora soldados, burgueses que - sin saberlo
- sirven a los intereses de Luis XIV. Combaten siempre con fiereza
y crueldad, pero ahora responden ante una sociedad como cualquiera
otra del mundo.
Pero en el fondo lo que llega a la isla es algo más profundo
aún que este nuevo orden. Lo que realmente llega es la redención.
Tiene ahora sentido la palabra volver. Ahora los hombres de mar
que tienen familia siempre volverán a la isla Tortuga después
de las expediciones. Ha aparecido el Destino).
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