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3er Trimestre 2003

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Escuela de Arquitectura y Diseño
Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso.
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Viña del Mar, Chile
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  Clase 04
22.07.03
Profesor Manuel Sanfuentes

Cuando me instalo a escribir una carta, así como estas páginas que ahora leo como si fuesen una serie de cartas que alguien más o menos familiar nos enviara cada martes, pareciera que el tiempo se tornara irremediablemente favorable. La detención, así como la quietud de quien va a emprenderlas con el dibujo, la parsimonia del letargo hablado que es la escritura se demora más que lo habitual pues se quiere habitar o asistir al tiempo que reside en el destinatario; al fin, en el lector.

A una suma de cartas se les llama una correspondencia (como una función biyectiva), cada elemento en cada conjunto tiene su imagen. El que escribe tiene su imagen en aquel a quien se dirige; le corresponde sin dificultad un semejante al otro lado, en las antípodas o en el cerro del lado.

Esta correspondencia que hacen las cartas es el diálogo necesario que ha de tenerse cuando un tema debe ser llevado al debate, a la polémica, a la discusión o a la controversia. Una carta puede diferir o consentir; lo que se quiera, pero nunca deja de referirse o hacer presente.

En la lectura de las cartas de la phalène, o en el caso de “leer” una imagen, el lector debe establecer una correspondencia entre él y lo que ve y resolverlo con una palabra; lo que entonces hará de vínculo entre el ser y su intimidad.

Este vínculo, esta palabra vínculo, más que apuntar a lo escueto de una sola palabra o un conjunto en frase que quiere decir algo, lo que hace es que nombra; viene a dar nombre como en un bautismo, algo se inaugura y se restablece ese vínculo desde siempre perdido entre uno y el ser.

Aquel acto restituyente que da el nombrar aquello que todavía no está y que se presenta como una iluminación para ser dilucidada, devuelve al hombre la reminiscencia paradisíaca donde todo era uno y descansaba en una unicidad divinizante.

La apoteosis del hombre se da siempre cuando éste se enfrenta ante el dulce desconocido y debe nombrarlo; así como a las reses al rojo vivo que Amereida señala que perdurarán para una larga rememoración.

La preocupación no es ser memorable, sino que lo dicho en la flor de los labios quede instaurado como un orden y un valor de verdad.

Esto más que ejercer una profesión hace de cada cual profesar lo que ha nombrado, y lo nombrado sólo se da cuando se ha estado ante algo que debe ser dilucidado.

No hay equívoco ni engaño; por ejemplo: si voy al oculista, me siento y leo de las 15 líneas sólo las primeras 4 y medias; el doctor sabe inmediatamente qué tipo de lector soy yo; y lo sabe por el solo acto de sentarme ahí y leer un enjambre de signos incluso sin sentido. Pero él establece en el acto una relación y una correspondencia; entonces sentencia: izquierda 0,7, derecha 0,93.

Así mismo, nosotros decimos con certeza cuando somos apelados en tales instancias. Somos gente de palabra desde un comienzo, y la observación por otro lado es un modo de nombrar entre palabra y dibujo lo que ahí está.

Lo que llamamos desconocido tal vez no es tal; Arturo Mena en la última clase de la Música de las Matemáticas se refería a un número que podíamos imaginar, a otro que no imaginamos, otro que no imaginaremos y otro que ni imaginamos que podríamos imaginar.

Así es, el desconocido es aquella instancia que siempre se va dilucidando, pero lo cierto es que nunca deja de permanecer desconocido. ¿No hace dios con nosotros maneras de aproximarnos para acercarse mutuamente? ¿Los esposos no se conocen cada día más y se desconocen?

Hay un camino, hay una ruta que lleva a ese reconocimiento de uno en lo magnífico, a habitar ese campo iluminado en que no hay gobierno sino fraternidad, estatura.

La poesía conduce a ese número y a ese nombre y escribe una carta para hacer presente y dar de leer un signo que ha de abrir el horizonte que confunde lo oculto de lo desconocido.

Termino con un poema de Charles Baudelaire que alude a este proceso de dilucidación:


Correspondencias

La Naturaleza es un templo donde los vivos pilares
Dejan a veces salir confusas palabras
El hombre ahí pasa a través de una foresta de símbolos
Que le observan con una mirada familiar

Como largos ecos que de lejos se confunden
En una tenebrosa y profunda unidad
Vasta como la noche y como la claridad
Los perfumes, los colores y los sonidos se contestan

Hay perfumes frescos como carnes de infantes
Dulce como el oboe, verde como las praderas
Y otros corruptos, ricos y triunfantes
Tienen la expansión de las cosas infinitas

Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso
Que cantan los transportes del espíritu y los sentidos.

 

ProfesorJaime Reyes

VIII

O Mort, vieux capitaine, il est temps! levons l'ancre!
Ce pays nous ennuie, ô Mort! Appareillons!
Si le ciel et la mer sont noirs comme de l'encre,
Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons!

Verse-nous ton poison pour qu'il nous réconforte!
Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu'importe?
Au fond de l'Inconnu pour trouver du nouveau!


VIII

Oh, Muerte, vieja capitana, ¡es la hora!, ¡levemos el ancla!
Cuánto nos pesa este país ¡oh muerte! ¡Aparejemos!
Si el cielo y el mar son negros cual la tinta,
¡nuestros corazones que tú conoces están repletos de rayos!

¡Derrámanos ya tu veneno, y que él nos reconforte!
Hasta tal punto el fuego nuestros cerebros quema,
que queremos rodar al fondo del abismo, ¿Infierno o Cielo qué importa ?
¡al fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo!


Esta es la última estrofa del último poema, que se llama “El Viaje”, de “Las Flores del Mal” de Charles Baudelaire, publicado por primera vez hace casi exactamente ciento cincuenta años, en París, Francia. Lo leemos en esta ocasión para avanzar hacia una de las palabras que ustedes pusieron en la lista del primer día de clases. Me refiero a la palabra “DESCONOCIDO”.

Todos ustedes habrán oído muchas veces esta palabra aquí en la Escuela; una palabra que para nosotros es un concepto colmado de sentidos y significados. Pero las más de las veces usamos esta palabra abrazados y rodeados de tantos supuestos y para designar tantas situaciones, que se nos extravían sus claridades. Las más de las veces no entendemos de qué estamos hablando cuando decimos “desconocido”. Se parece a la visita de un eco nítido que nadie sabe de dónde viene pero que todos pretenden comprender. Pues bien. He aquí concretamente de dónde viene: de este poema de Baudelaire. Nada más ni nada menos.

El poeta francés nos hace una exhortación, es decir, una advertencia y una invitación, se trata de hundirnos en el fondo del abismo, hacia lo desconocido, para hallar la novedad. Es esta una invitación extraordinaria porque es la primera que se oye en occidente en dosmilsetecientos años de civilización. Desde Grecia la poesía, y detrás de esta todas las artes, venían oyendo los ecos de otra invitación. Ni opuesta ni contradictoria pero sí esencialmente diferente. Incluso es posible asegurar que el mundo actual no ha olvidado la invitación griega en absoluto. Al contrario, la sigue oyendo y aceptando en todos los órdenes de la vida cotidiana, en las artes, en la política, en fin, en todo momento y todo lugar aún hoy. Es esa invitación que las artes de todos los tiempos reciben de la poesía para obrar en favor de la belleza. Todos los artistas verdaderos se deben irremediablemente a la belleza. No importan los métodos de búsqueda, las danzas de acercamiento, las drogas de inspiración fácil, los materiales, etc. Siempre la belleza allí, residente magnífica, divina y delicada en la obra. Y los griegos tenían un método para alcanzarla, para llegar hasta ella, para obedecerla: la armonía. El objetivo de todo trabajo creativo será la armonía. Y no sólo en el arte, sino en todas las manifestaciones humanas: por ejemplo se trata de que las relaciones familiares sean armoniosas, lo mismo con la interacción entre el hombre y la naturaleza, el comercio entre los estados, y un largo etc. Es el reinado sin contrapeso de la armonía. Es el reinado de un objetivo para conseguir la belleza. El arquitecto León Battista Alberti la define para nosotros: “Definiremos la belleza como armonía, la armonía de todas las partes entre sí ... de tal modo que no se pueda aumentar, disminuir o cambiar sino para peor .... Es el resultado de este gran valor y casi divino para obtener el cual, es necesario empeñar todo el ingenio y toda la habilidad técnica de la que uno está provisto... Es una cualidad resultante de la conexión y unión de los elementos y en ella resplandece toda la forma de la belleza y que nosotros llamamos “conccinnitas”... Es deber y tarea de la “conccinnitas” ordenar según las leyes precisas las partes que por su propia naturaleza serían distintas entre sí, de modo que su aspecto presente una recíproca concordancia. La “conccinnitas” se nutre de la gracia y decoro (decoro en latín quiere decir esplendor). En cualquier cosa que percibamos por vía auditiva, visual o de otro género enseguida advertimos lo que corresponde a la “conccinnitas”. Por instinto natural aspiramos a lo mejor, a lo óptimo y con voluptuosidad adherimos. La “conccinnitas” se manifiesta en el organismo entero... Abraza la vida entera del hombre y sus leyes, preside toda la naturaleza”. Armonía es también unión, ensamble, ajustamiento, hacer que no se rechacen o discuerden dos o más partes de un todo. Armonía la entendemos como pacto, combinación bien concertada, ley, orden, convenio proporcionado, simetría.

Todo esto es lo que Baudelaire acaba con una sola invitación (que a su vez el recibiera de Poe, como anota Godo en “Hay que ser Absolutamente Moderno, pero eso es tema de otro momento). Ya no más la armonía como objetivo sino el desconocido como horizonte.

“que queremos rodar al fondo del abismo, ¿Infierno o Cielo qué importa ?
¡al fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo! ”

Porque sucede que el abismo en realidad no tiene fondo, es un sin fondo. Ese rodar es un “ir hacia” que no tiene fin: el fondo del abismo no es alcanzable, allí no se puede llegar. Y el fondo del desconocido funciona exactamente igual. En esto es que se parece al horizonte y se diferencia de un objetivo, porque este último es como un blanco hacia el cual se dirigen todos los lanzamientos y sobre el cual después se verifican la calidad de los aciertos. En este horizonte, en los confines, no se puede verificar con esos métodos ni con esas precisiones, Se trata de estar yendo siempre. Es un sin fin, como el amor.

Lo que Baudelaire vislumbrara como “lo nuevo” va a ser luego recogido por otros poetas y después por artistas de todo el mundo. Rimbaud ensancha el horizonte y agrega: “no sólo desconocido sino sea esto con forma o informe. Hay que entrar hasta el fondo para arrebatar a cada época su cuota de desconocido y traerla en la mano, como Prometeo tenía la luz”. Por eso Rimbaud encontró amarga a la belleza cuando la sentó en sus rodillas; porque estaba hecha con la armonía y no con el desconocido. Luego Lautreamont señaló vigorosamente que la poesía no debe ser hecha por uno sino que debe ser hecha por todos (no para todos sino por todos). Y acuña la fórmula más aguda que cierne la poesía moderna: “Una cosa es bella cuando se parece al encuentro fortuito de un paraguas y de una máquina de coser sobre una mesa de operaciones”. Cuando estas tres cosas fuertemente dispares azarosamente se encuentran se revela una región desconocida. Y he aquí finalmente que la armonía desaparece como método de construcción, elaboración, evocación, invitación, etc., de la belleza. A partir de este momento todo trabajo creativo queda abrazado por los mantos de este horizonte y es así que esta Escuela lleva cincuenta años andando. La explicación de Lautreamont es por cierto cifrada y sus interpretaciones pueden ser variadas, pero en esta escuela hemos adelantado en una durante los últimos cincuenta años. Lo hacemos en los proyectos de los talleres; en cada uno de los proyectos que ustedes llevan adelante durante sus estudios. Cada año, las materias propias de la arquitectura y de los diseños aquí recomienzan como si fuese la primera vez que nos enfrentásemos con ellas. Desde el primer año ustedes han de vérselas con la complejidad entera de un proyecto de belleza. Es así que esta escuela y la maduración de ustedes en el oficio no progresan; porque el compromiso artístico es siempre el mismo y requiere de cada vez la misma intensidad y la misma pasión. Cada año, y en cada proyecto, volvemos a no saber. Es decir, a situarnos en un campo sobre el cual el progreso no sirve para nada, porque nosotros no avanzamos sobre una línea de tiempo marcada como sucesiones. Esa mesa de operaciones es nuestros proyectos, y la máquina de coser y el paraguas son todos aquellos elementos que hallamos por medio de la observación. Elementos que no estaban relacionados en la cruda apariencia, pero que el ejercicio artístico de la observación reúne y trae a presencia.
En las travesías nuestra mesa de operaciones es la vasta extensión del continente americano, el paraguas son nuestras obras proyectadas por los oficios y la máquina de coser es la palabra de la poesía. Esa reunión de la palabra y el oficio sobre la extensión americana provoca ala belleza a que venga a nosotros con su reino. Y nosotros además todo esto lo celebramos. Celebramos esta reunión de los elementos distantes sobre un campo nuevo. Y estos no son actos conmemorativos o de lanzamiento ni enunciativos. Es la fiesta del desconocido mismo sin la pretensión de conocerlo ni desenmascararlo (deja que lo oculto se muestre oculto). La celebración más sencilla y también la más radicalmente profunda que quisiéramos acometer es la fiesta con este Taller de América finaliza su etapa. Se llama phalène y ustedes, con las cartas iluminadas que están dibujando en las tareas, están preparando el juego de la pahlène. Un juego que se realiza precisamente sobre ese fondo inalcanzable de los abismos; sobre la derrota preciosa hacia el desconocido: la poesía.

 

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