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3er Trimestre 2003

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Escuela de Arquitectura y Diseño
Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso.
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Viña del Mar, Chile
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  Clase 03
15.07.03
Profesor Manuel Sanfuentes

La quintaesencia de todo juego está en el rol que cada participante tiene en el desempeño del juego.

Entre la libertad y la aceptación el arquero admite tomar la pelota con las manos, el que está atrás defender y el delantero meterlas todas en el arco contrario; así de llano es el campo de juego, cancha (en quechua, americano).

En el juego de naipes, la vuelta distribuye equitativamente las cartas a cada garito, y cada cual toma esa suerte dada ahí, en esa circunstancia, en esa ronda, como si fuesen dones para en el juego desenvolverse como un jugador.

Todo aquel que se da al juego debe hacer, sin duda, un cálculo; dirigir el balón a un punto, sumar y restar los corazones y sobretodo acertar el momento justo para dar el gran golpe que le dará a él y a los suyos la victoria.

Pero ha habido que llevar adelante el juego por medio de una inventiva que le permita al que lo hace dilucidar lo que enfrente tiene como realidad.

Las cartas, en el caso del segundo ejemplo deben junto con leerse, visualizarse, porque cada una de ellas al tiempo que forman conjunto, en conjunto arman tríos, escala, sólo pares, etc. Cada una de ellas obedece a una tradición que debe interpretarse.

Esta interpretación de las cartas, escritas e iluminadas o sólo dibujadas en el caso de la phalène no ha de hacerse con aquello con aquello en que uno se ha instruido (tenemos claro que estamos en la instancia de juego, jugamos); es decir, ese saber que algunas veces hace de escudo y respuesta, no, la lectura de la iluminación ha de hacerse para volver a iluminarla con lo más nítido que uno tiene en el momento en que se es solicitado para hacerlo… tal como recibir el arquero la pelota con las manos… el más indicado.

El juego de la phalène ilumina al más incrédulo puesto que lleva el hacer –de un tiempo preciso- a una poiesis que hace que todo lo que ahí acontece sea poético; puesto que de antemano cada cual ha dejado fuera el demonio que deshace la fiesta.

Fíjense que hemos aceptado esa instancia dentro del ejercicio y estudio del oficio, que se ofrece y se entrega –no menos- por completo a la poesía (se acompaña al poeta en su iluminación como el poeta otras veces entra en la intimidad del quehacer del oficiante)… esta es nuestra iluminación; es el dibujo que nosotros hacemos a nuestros contemporáneos. Y la poesía ha inventado para ello la phaléne, un modo de estar que permite a cualquiera (sinvergüenzas y bondadosos) decir –por medio del mínimo gesto de la lectura de una carta iluminada- lo que en las finales, la palabra de dicho momento dice entre todos: el gol, la baraja repartida, el poema que esas voces en conjunto desprenden y demandan del poeta su locución y sus manos para hacer de lo dispar un conjunto amable que reúne a todos en un solo bocado.

A continuación leo tres poemas nacidos en estas instancias, los cuales se han elaborado en el marco de la Cultura del Cuerpo los miércoles en la mañana:

a.
sin un sentimiento
la oscuridad se silencia
y la contemplación se hace
rara y fría
pero la luz
verdad
no niebla
sino gracias y reflejo
esencias y claridades
¿ensueño verdad?
las fuerzas en la palabra
que dan pasión
despojan
las esperanzas
son un capullo

b.
en el transcurso del negro
en el oleaje fluctuoso
se confunde
una multiplicidad
de colores al mirar
el viaje
y el paso
hacia los matices del cielo

c.
fue la transparencia intersectada
en lo oculto
el destino de partir
y arrojarse a la jornada
puros
de los colores y de un gris sinuoso
y cerrado en subida
al bosque
que va de la escalera a la gota
en desorden
por telarañas
a las frutas de la duna
allá

 

Profesor Jaime Reyes

Nos corresponde, entonces, otro turno hacia la lista de palabras que elaborásemos el primer día; aquellas palabras que enunciaran lo inherente a todo viaje. Ahora decimos la palabra AZAR.
Nos referíamos entonces a aquellos imprevistos que todo viaje posee, a lo sorpresivo que siempre surge e interviene. Y yo voy a interpretar particularmente los asuntos relacionados con esta situación.
Suponiendo primero que el azar se hará patente y presente siempre y sin excepciones durante todo viaje verdadero. Sin embargo no es fácil aclarar ni decir qué es exactamente eso que llamamos azar.
Es ta palabra árabe en los juegos de cartas o naipes significa justamente aquella carta o dado que contiene el número con el que se pierde. Pero en la percepción popular, la que todos tenemos y que además de sabia es la percepción que mejor manejamos, pareciera que el azar puede también resultar provechoso, es decir, que su aparición puede provocar ambas suertes: el buen o el mal destino. Tenemos entonces, pensando en un viaje, dos extremos para aproximarnos desde las palabras hacia la elucidación de nuestra propia lista.

El primero es que resuelve al azar como un impedimento, como lo que desordena, destruye y desorienta el viaje. Aquellos hechos o sucesos o circunstancias por las cuales el viaje se interrumpe, se anula o fracasa. Y nadie en su sano juicio puede desear que esto se produzca, por lo que debe contar con algún arma que lo defienda de esta clase de azar, que lo libre de l a carta con el número que pierde y extravía. El mundo actual ha encontrado esa arma y la usa con denuedo y sin vacilaciones, sin importar las horribles consecuencias. La defensa se llama planificación. Hasta el más mínimo detalle se calcula y se prepara; itinerarios, destinos, gastos, etc. El no cumplimiento de cualquiera de los factores previstos o, más grave aún, el surgimiento de algún factor no considerado derivan en el desastre del contratiempo. No importa por ahora la gravedad del incumplimiento, el hecho ineludible es la aparición del contratiempo. La planificación invade ahora no sólo los viajes, sino prácticamente todos los aspectos de la vida, incluso en aquel incalculable por excelencia: el futuro. Pero el futuro permanece como aquello que posee el poder de destruir lo planificado. Y así el futuro se convierte en amenaza. Vivimos y viajamos en un tiempo mutilado por los contratiempos, en donde la ventura -lo porvenir- es percibido como amenaza, en donde nos sentimos y estamos seguros durante la indiferencia que transcurre dentro de un cálculo casi universal, cuando -paradójicamente- estamos constantemente amenazados por la ruptura de esa indiferencia (1).
La defensa de la planificación no son medios adecuados para salvarnos de las cartas o dados del azar, porque un verdadero viaje no puede emprenderse sobre la base de las amenazas ni de las indiferencias. De hecho esta doble mutilación del tiempo, este permanente contratiempo sí puede salvarse durante los viajes, como veremos al final.

El segundo extremo por el cual se resuelve el azar es aquel en que lo consideramos como las circunstancias favorables. Aquellos hechos, factores y causas que intervienen a favor del viaje. Dicho más simple y sinceramente: las situaciones que responden en orden a permitirnos respetar el plan y el cálculo, la conjetura, la previsión y las suposiciones. Aquello que supuestamente no estaba considerado, pero que se vuelve lo benefactor, que nos acoge, nos hospeda y nos reenvía lo consideramos como algo extraordinario casi salvífico. Incluso llegamos a creer que pueden existir ciertas circunstancias que pueden y alcanzan a modificar radicalmente nuestros itinerarios, plazos y destinos y pareciera que el resultado surge incierto después de todo.

El drama surge cuando caemos en la cuenta que hemos tratado al azar exactamente de la misma forma en ambos extremos: le otorgamos el poder de modificar y de intervenir decisivamente en nuestro viaje. Así entregados nosotros mismos en los brazos inciertos de un azar fluctuante, vacilante, indeciso y variable convertimos al viaje en un títere sin posibilidad alguna de verdaderamente realizarse. Así también le ocurre al tiempo: ha sido transformado en un mero accidente o eventualidad provocado directamente por el azar. Sucede entonces que el cumplimiento de nuestras tareas e incluso de nuestros anhelos dependen del azar.
Hay una maniobra para salir de esta sencilla trampa. Nosotros vamos a aprender a viajar jugando en una phalene (2). Nosotros sí consideramos al azar, pero al modo como lo hace la phalene; definitivamente no le concedemos al azar el poder sobre el rumbo de nuestro viaje porque no estamos embarcados por la ventura, sino en una aventura. Y la diferencia es fundamental.

Cuando nos ubicamos en el primer extremo mencionado más arriba quisiéramos mudar lo adverso en favorable. Quisiéramos que sean cuales sean los impedimentos infranqueables, los obstáculos insufribles o los contratiempos insalvables, estar disponibles para consideralo todo como un regalo extraordinario e invaluable. Pendientes de aplicar la única regla por la cual el juego de la phalene siempre se cumple y nos deja jugar a todos desde un puesto inicial en el que estamos en lo mismo, todos por igual: la regla que permite corregirse a sí misma en todo momento y en todo lugar. Porque así podemos preparar y calcular el juego (3), pero no condicionados por un resultado en el que importa ganar o perder, sino por un matrimonio entre el lugar y su fórmula. Es decir, un juego en el que lo trascendente y esencial es la experiencia por la que cada cual adviene en la poesía misma. Se trata de un cumplimiento otro, extraño si se quiere, sobre el cual se compone el tiempo presente.
No es lo mismo atravesar un continente que dejarse atravesar por éste. Esa es la clave: dejarse atravesar (4).

Cuando nos ubicamos en el segundo extremo mencionado, aquel que dice que el azar se presenta como la buena suerte, sobreviene una consecuencia que de igual forma nos avisa y advierte que el azar no pude ser el dueño de nuestras posibilidades. Porque podríamos interpretar esa buena suerte como la buena ventura, y siendo así nos hallamos con lo siguiente: Para ser merecedor de las bienaventuranzas (5) hay que hacer algo, hay que colocar una contraparte; que además resultan ser bastante difíciles de cumplir. En efecto, no es fácil alcanzar la pobreza de espíritu, la mansedumbre o la misericordia. Concluyo que para admitir azares favorables hay que estar incluso más dispuestos y abiertos que para enfrentar la dificultad. Razón y acierto tuvo Pascal cuando decía que el azar premia a los espíritus preparados.

Notas
_ _ _
(1) Amereida vol. II desde pág. 81:
Nuestra época moderna remata hoy en la perfección de sus cálculos. La forma acabada de estos cálculos es la planificación Para la planificación, el cálculo se extiende hasta lo que era hasta aquí lo incalculable por excelencia: el futuro.
La planificación (y su útil indispensable, el cálculo de probabilidades) le quitan al futuro su carácter de incógnita.
¿Por qué asistimos al desarrollo tan notable de la planificación prospectiva? ¿Es por una mayor comodidad en las explotaciones? Pero entonces ¿por qué la previsibilidad es así más cómoda? Si la previsibilidad es de este modo más cómoda, es porque el futuro se siente como amenaza. En efecto, mientras no es tomado en consideración por el cálculo, el futuro permanece como lo que es capaz de trastornar la planificación presente Pero la planificación no hace más que acentuar el carácter amenazador del futuro. En efecto
1) Ella transforma en presente anticipado todo lo que puede en él, calcularse no dejando al futuro más que su parte de imprevisto, imprevisibilidad, en pocas palabras: la amenaza que él presenta contra toda previsión. El tiempo de nuestra época es así: por una parte,factor determinado o coordenada especial en un cálculo universal; por otra, amenaza para ese mismo cálculo. En este Tiempo, el hombre sólo puede vivir en tránsito, es decir, en la indiferencia del pasado, del presente y del porvenir con solamente la posibilidad amenazadora de la ruptura de esa indiferencia
Romper esta doble mutilación del Tiempo tal esla condición previa a toda modificación de la vida.

(2) SEGUNDA CARTA SOBRE LA “PHALENE”
Conversación sostenida por Godo con los Miembros del Instituto de Arte U.C.V. en el año 1969.(fragmento).
Pero hablemos de juego. ¿Juego no vale regla, elementos, o principio y fin, marco?
El juego, como tal, es, de suyo, en su jugada, indiscutiblemente una “obra” pues él se hace, se abre para que esplenda la aparición de la poiesis misma del aparecer. Además, lo propio de un juego – que es de suyo “obra” – hecho por todos – cualquiera – es que admite en su regla, elementos, formas, y a todos, desde un mínimo hacer a un mayor hacer en orden a complejidades.
Un juego de todos en el que ese todos se da juego. Esta admisión pide una regla. La regla que abra tal admisión. Un límite plausible para pensar tal regla es verificar aquello que es peculiar de ese “todos”.
Un límite propio de ese “todos” es la ocasión del despropósito. Es decir, la regla ha de ser tal que admita la constante “corrección” de cualquier propósito. Esa “corrección” se dice así porque la regla la mantiene en el ámbito del juego que ha de conocer sólo un límite. Ese límite consiste únicamente en salirse del juego. En el juego poético de cualquiera la regla da cabida a cualquiera aparición que quiera estar en juego, simplemente. Al punto que si alguien permanece en el juego con el fin deliberado de destruirlo, sin querer irse del juego, es un elemento más del juego. Y la regla debe valer para él.
La regla trae consigo siempre un cálculo. El cálculo de ese juego que juega – muestra, delata – el juego poético de mundo. Es decir, esta Obra hecha por todos.
Por otra parte la regla debe, de hecho admitir y abrir juego y hacer jugar a los cualesquiera, a todo el mundo, con lo que hay allí. Allí, es a su vez, el allí “local” y el allí contemporáneo, vale decir el allí de no importa qué parte y momento del mundo. Y en cuanto es, propiamente, juego de mundo, puedo jugarlo doquier con cualquier otro doquier, convirtiendo todo en doquier. Es decir, puedo jugarlo en medio de una tribu amazónica con lo que hay “allí” y haciendo venir una luz atómica desde EE.UU. para un instante del juego.
Cualquier es también cualquier “Allí” sin folklorismos de ninguna laya. Pero la regla del juego es sólo regla en la medida en que ella es esencialmente poética, es decir, que tiene la virtud específica de comparecer con “los cualquiera” el esplendor de la poiesis misma, que ese es el único objeto del juego. Excluido otro fin. Por tal especificidad y exclusión la Phalène es de suyo Obra.
En tanto la regla se expande verdaderamente, la verificación del juego u obra esplende en sí mismo. Todo cuanto transcurre en el ámbito donde la regla juega es elemento y juega como elemento.
Por ello es que no juega a perder o a ganar, porque la regla fundamental admite la incesante “corrección”. Pero, en cambio, sí, puede decirse que no hay juego si la regla no fue adecuada para que cupiera cualquiera y para que así cupiendo todos, compareciera esplendente la poiesis del juego-mundo. En este sentido la Phalène no puede dejar de ser Obra.
Esto cierra la paradoja. La phalène misma es Obra y en consecuencia su oficio es necesario como oficio y se expande en regla, elemento, objetivo. El oficio de hacer poesía por todos y no por uno.

(3) Amereida:
¿ entonces ?
acaso la obra hic et nunc digamos improvisada lo cual quiere
decir hecha allí mismo y no sin preparación ni preparativo y con
todo el tiempo que se quiera puede casar a la tierra con el nom-
bre es esta una celebración local la poesía el acto poéti-
co matrimonio de la mar con el dogo la poesía semejante a
aquellos franciscanos joaquinitas que partieron a bautizar a todos los
hombres para que el mundo y su historia tuvieran acabamiento
para apresurar así el fin del mundo la poesía como acto parte a
celebrar las bodas del lugar y de la fórmula – operación difícil
como un sermón que reconoce lo singular nombrándolo opera-
ción dos veces infinita pues es tarea inacabable finalizar el
mundo y puesto que todo recién llegado ( sobreviviente ) ha de
recomenzar la nominación por cuenta de su propia vida

este vuelo quebrado anhelante lo hemos llamado phalène po-
co importa.

(4) Nota 49, amereida vol. II
Hay un espesor entre hombre y hombre. La espesura no es la de esta trama inextricable de arbustos, la espesura invencible. El arte de la cortesía, de la convención de los oficios, como santo y seña para ahuyentar el miedo mantiene a todos los humanos y hace que nos atengamos los unos a los otros. Ni el amor basta para atravesarla. No se puede cruzarla por la convención de los caminos. Hay que ir a campo traviesa. Saber, saber, saber, que el camino nunca es el camino. Harto difícil será para todos nosotros comprender esto y eso es lo que hay de todos a todos en medio de la espesura. Hay otra distancia-tiempo que va de voz a voz. En la voz, no en el farol que está en la mano se puede cruzar esa espesura. Ella no tiene sentido, como no tiene sentido la pregunta de ¿quién eres tú? Ya no estamos como “tus”, ninguno en la espesura. En la espesura, y ella está en todas partes, aquí y en las ciudades, sólo podemos entender u oírnos en virtud del rumbo, de los rumbos que nacen de nuestras propias incertidumbres. La incertidumbre de atravesar gratuitamente la mera travesía, lábil, débil, humana, como si los seres humanos fuésemos, todos, unos hermosos desdichados.

(5) Capítulo V al VII del evangelio de San Mateo: “Bienaventurados sean los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos.”

 

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