Clase
05
29.07.03
Profesor Manuel Sanfuentes
La poesía ha de versar sobre lo otro, sobre
todo lo que hay fuera de uno y fuera de ella; la batalla espiritual
de Rimbaud se debate entre lo que hay en uno (todo) y lo que hay
fuera de uno (todo también). No es este, acaso, el exceso
que trae la poesía, ese doble infinito que se liga cuando
el verso toma cuerpo en los vocablos. ¿Pero sabemos de su
procedencia, de su venirse a ser, de su inspirada iluminación…
de su musa?
El poema también es una zona de quietud,
un regocijo en el combate de esas fuerzas contrapuestas e infinitas;
una revelación de lo que estaba siendo; un avistamiento encima
del otero.
¿Cuándo dice Godo que se puede prescindir
de la escritura?… La Carta del Errante:
“He visto al poeta que muestra el mundo
porque él se desnuda. Su acto revela el paisaje, las gentes,
las relaciones de hombres y cosas…”
“Y puesto que su acto es libre de toda
dependencia al mundo, es siempre el regalo, presente poético
que conmueve y consuela. El soporta la alienación del hombre
contra sí mismo…”
“He visto entonces al poeta salir de
la literatura, sobrepasar el poema, y aún, abandonar la escritura…”
“He visto al poeta que no escribe sino
que hace su poesía provocando la fiesta con su voz, su cuerpo
y su presencia en un chorro espontáneo…”
“Pero, entonces ¿su acto no deja
huella en el tiempo?…”
En medio del caudal de las facturas, la poesía
nos da cauce; aún más, nos induce; nos llama a pronunciarnos
puesto que se ha recibido algo.
Lo recibido como un presente se nombra en medio
de la ronda a través de un gesto. Ya vimos el dilucidar de
las cartas mismas; esta vez por medio de un ejemplo tendremos el
paso de lo homogéneo a lo disperso y a la disyuntiva: Una
phaléne recordada, Ciudad Abierta, nos habían entregado
a cada uno un pequeño sobre que contenía –luego
del acto de abrirlo- una laminita de bronce con una serie de cortes
desde sus bordes al interior… caminamos, hay una detención,
cada uno tiene ante sí su lámina. Claudio Girola pasa
en frente de cada cual y con sus dos manos pliega y despliega el
plano, lo monta sobre una basa de madera… y así con
cada uno de los participantes para conformar un signo en una serie
de esculturas semejantes y distintas.
¿No tenía cada cual en sí
la posibilidad de esos nuevos pliegues? ¿No estábamos
dispuestos todos a que ese juego de compartir las criaturas fuese
jugado? Ese silencio en la phalène dilapida el tiempo porque
uno está ahí para permitir el acontecer. Esas manos
nos reúnen en un mismo gesto que distingue a cada cual, porque
cada cual ha dispensado su integridad por un momento.
La phalène y toda poesía exige esa
disponibilidad a la inclemencia; se sabe uno parecido pero distintivo,
uno se entrega a través de su palabra y los hechos se distinguen
cuando han sido cometidos. La phalène es una astucia de poeta;
es lo que permite a la misma poesía desprenderse de sí
misma y oír, desprenderse de su estado inclaudicable que
maldice todo lo sagrado, y ver… ver y palpar decía
Huidobro… Residir en lo vivificante y procrearse en la virtud
que hace en rondas el poema de su tiempo.
Pues quisiéramos que el tiempo se nos revelase,
que las cartas dijeran que hay un alo en cada uno que debe ser sostenido
y traído a presencia y que ese alo como una orla es el que
porta el sentido cuando se es solícito y se dispone uno entero
a conformar la pertenencia que cada cual presiente en el poema.
Y el poema se hace uno, y uno todo el corpus que
sabe que ese exceso le da aire a lo emprendido, lo excede sin superarlo.
Los oficios ya comprenden que las manos necesitan
un saludo, y ese saludo ha de darse en medio de la vastedad donde
todo es constelado en el arte de ir así descaminado, enfermo
y peregrino…
Góngora
En tenebrosa noche con pie incierto
La confusión pisando en el desierto
Voces en vano dio, pasos sin tino
Repetido latir, sino vecinos
Distinto oyó de casi siempre despierto
Y en pastoral albergue mal cubierto
Piedad halló, sino halló camino
Salió el sol, y entre armiños
escondida
Soñolienta beldad con dulce seña
Salteó al no bien sano pasajero
Pagaré el hospedaje con la vida
Más le valiera errar en la montaña
Que morir de la muerte que yo muero.
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