|
Taller
de Amereida |
|
e.[ad]
Escuela de Arquitectura y Diseño
Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso.
Av. Matta 12, Recreo,
Viña del Mar, Chile
fono: (56-32) 274401
fax: (56-32) 274421
|
|
Clase
01
23.06.2003
Profesor Jaime Reyes
En este período quisiéramos comenzar
a aproximarnos a la Travesía, que acaso sea la experiencia
más radical de cuantas se acometen en esta escuela. Manuel
y yo vamos a hacer este acercamiento desde los campos de la poesía,
por lo que escogimos una palabra a la que interrogaremos durante
todo el trimestre. Es la palabra VIAJE.
Existen muchas clases de viajes, quizá tantos como seres
existan cogidos por sus impulsos complejos y extensos. Impulsos
derivados de los anhelos, los instintos o las pasiones. Propongo
entonces una primera pregunta: ¿qué es, esencialmente,
un viaje? ¿hay uno o más elementos que, sin excepción,
sean comunes a todos y cada uno de los viajes habidos y por haber?
el taller responde:
- el azar o expectativa
- la partida
- el regreso
- el destino o meta
- la memoria
- el traslado
- el desconocido
- las motivaciones
Antes de escoger alguna de estas cosas que ustedes han dicho quisiera
sacar de la lista la meta o destino porque pareciera que sí
hay viajes que se cumplen sin la necesidad obligatoria de alcanzar
el destino trazado, aunque la llegada, el llegar, sí está
en la esencia profunda de los viajes, aunque íntimamente
relacionada con la palabra volver. Sobre este punto abundaremos
en otra ocasión. Ahora escojo un verbo de la lista: Para
viajar hay que partir. Inexorablemente partir. Para viajar basta
el sencillo y aparentemente inocente partir. Pero esto es mucho
más que comenzar o empezar a caminar o ponerse en marcha
o “ir hacia”. Es aún más sencillo; partir
significa dividir una cosa en dos o más partes. Pero quisiera
tomar esta división no como un hecho que produce fronteras
o límites, sino precisamente lo contrario: partir es una
división como son las de los puentes, que comunican y reúnen
dos orillas distantes y lejanas. Leemos la división como
una abertura, como abrir con una escisión desgarradora que
asienta y muestra una realidad nueva. Nosotros decimos en castellano
que partir es “abrir un fruto”, por eso se parece al
puente. Porque abrir un fruto es una acción amorosa, erótica.
Como un beso que reúne y convierte, a través de las
bocas, a dos personas en un solo ser de una vez y para siempre.
Aquello que se divide en dos o más partes es el tiempo. Un
hombre o una mujer que han viajado devienen en personas enriquecidas
con elementos nuevos de todo orden, con un tiempo repleto de distingos
insólitos y vastos. Por eso decimos de alguien que ha viajado
“se le abrió el mundo”. En el fondo podemos decir
que el tiempo - al partir- se “compone” con otra configuración.
En castellano son semejantes partir y partitura. Se trata entonces
realmente de una composición; en un caso es la forma de la
música y en el otro es la forma del tiempo. Una forma que
se relanza, se reordena y se revive. Una vez que el tiempo ha sido
abierto, los horizontes del desconocido asoman consonando como la
canción imposible que nos encanta y nos convierte, como el
canto de las partidas que nos conmueve y nos impulsa. Amereida es
un canto de viajes, un canto de partidas.
Prof. Manuel Sanfuentes
Partiré aludiendo a la aseveración,
iniciada el primer trimestre, con “Dante o Nada” y la
distinción de esa conjunción disyuntiva “o”
en la cual se ha dicho los oficios se dan curso en la poesía;
se dan curso puesto que están en tránsito… la
poesía permanece.
Ese “o” denota diferencia, separación
o alternativa entre dos cosas; digamos, un pensamiento que equipara
porque va a la par y quiere distinguirse de la poesía, por
supuesto.
Otras veces se acopla entre términos contrapuestos,
blanco y negro, cielo y tierra. Y la última acepción
de nuestro “o” es la que denota equivalencia; el recién
llegado o el huésped.
Dejaré la diferencia y la contraposición
para otra oportunidad y me remitiré al sentido de la equivalencia,
la cual iguala el valor de dos cosas –imagino- distinguiendo
sus diferencias; por ejemplo dos figuras distintas con el mismo
área… son equivalentes.
Todo quehacer humano es capaz de establecer un
nivel de equivalencia con la poesía ya que en su hacer halla
siempre una zona vaga que se la entrega a esa indómita resolución
que no resuelve sino que llama…
O avanzo en la vaguedad o fortuna inspiradora o
aquí me detengo… avanzo…
Embriaguez, vagabundaje fronterizo, paseo, fuga,
devaneo, promenande, ida y vuelta, avance y deseo de arrojarse a
la jornada… viajar, partir.
En 1996 en la
exposición de la UIA Unión Internacional de Arquitectos
en Barcelona, donde la Escuela fue invitada, uno de los temas
centrales eran los “Terrain Vagues”, los terrenos vagos,
esas zonas eriazas en medio de la ciudad, sin destino y que nadie
sabe que pasa ni qué pasó y siempre se plantean sus
posibilidades. Creo que la Escuela participó por la sola
idea de ese Vague, por el hecho de haber sido reconocida ella misma,
la Ciudad Abierta, como un terrain vague. Tal vez un reconocimiento
o una ligazón profundo a la instancia poética que
aquí se construye… que ciertamente no es vaguedad sino
novedad que parte siempre hacia su desconocido.
“Hay que se absolutamente moderno, (…)
mantener el paso ganado”, avanzar, partir. Por eso mañana
partimos a recorrer América. Moderno es quien sostiene su
paso y va y se cumple en su palabra; y más que ser fiel a
letanías es fiel al paso dado.
No sé por qué cierta razón
Godo en un Taller de América insistía que había
que ir a Beijing, tal vez como lugar de travesía, tal vez
como una avanzada hacia el oriente; el siguiente paso puesto que
ya teníamos ganado Europa como una íntima y familiar
memoria. Tal vez era el terreno más vago al que podía
aludir; él mismo fue quien señaló en 1984 las
Travesías para los talleres de la Escuela.
Es que es preciso partir, abrir; la poesía
mientras permanece siempre se abre en una nueva partida, a un nuevo
paso puesto que hay que sostener lo ganado; y lo ganado es esta
relación con la poesía, este modo de acompañarse
entre la palabra y la acción; entre el dibujo y su notación.
Entonces yo partí tiempo después
a Japón antes que a Europa, a Tokio antes que París,
a Kyoto antes que a Barcelona, a la meditación antes que
a la contemplación. El orden de belleza era otro, la lengua
era otra, los rostros iguales donde el mío hacía la
diferencia. Europa ya había sido ganada, su modernidad ya
se sostenía sola como la libertad en Nueva York.
Yo debía ir entre la extrañeza y
la voluntad de entregar la vida entera a ese viaje del cual no se
vuelve el mismo ni íntegro. El viaje no restituye sino que
expande más aún ese terreno eriazo que es uno cuando
la poesía ha tomado el pulso de la propia modernidad.
Moderno se refiere al tiempo de quién habla,
quien habla está ejerciendo su ser moderno y hablar es explayarse,
es abrazar la extensión, el continente, el orbe. Hablar es
partir y partir es ir cumpliendo aquello que se ha dicho.
Nuestra poética difiere ciertamente con
lo que impera, difiere de los racimos de lilas marchitas , de la
amada paciente y de las cebollas; difiere se contrapone y equivale.
Asistimos a la poesía del Ha-Lugar cuando
vamos yendo, cuando partimos a aquel lugar del continente que imperiosamente
decimos debe ser abierto y fundado. Ha-Lugar en vez de un manifiesto,
Ha-Lugar en vez de letanías… o…
Ante uno o lo otro el poema toma lo otro ya que
sólo esa decisión hace posible la constitución
de lo que es uno. El viaje va a lo más íntimo de uno
mismo, la Travesía va a lo más íntimo de la
Escuela, a su Ha-Lugar para marcar, inscribir y señalar que
ese lugar señalado tampoco es, que esa permanencia tampoco
lo es, y que es preciso volver a partir, volver a ir, no dejar de
insistir que en ese deseo está todo para ser dicho y hecho.
En realidad la vida no se entrega a una actividad,
sino a una palabra:
“Il faut être absolument
moderne.
Point de cantiques : tenir le pas gagné.
Dure nuit! le sang séché fume sur ma face, et je n'ai
rien derrière moi, que cet horrible arbrisseau !... Le combat
spirituel est aussi brutal que la bataille d'hommes ; mais la vision
de la justice est le plaisir de Dieu seul.
Cependant c'est la veille. Recevons tous
les influx de vigueur et de tendresse réelle. Et à
l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux
splendides villes.
Que parlais-je de main amie ! Un bel avantage,
c'est que je puis rire des vieilles amours mensongères, et
frapper de honte ces couples menteurs, - j'ai vu l'enfer des femmes
là-bas ; - et il me sera loisible de posséder la vérité
dans une âme et un corps .”
Adieu
Arthur Rimbaud.
Avril-août 1873.
|