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3er Trimestre 2003

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Escuela de Arquitectura y Diseño
Pontificia Universidad
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  Clase 01
23.06.2003
Profesor Jaime Reyes

En este período quisiéramos comenzar a aproximarnos a la Travesía, que acaso sea la experiencia más radical de cuantas se acometen en esta escuela. Manuel y yo vamos a hacer este acercamiento desde los campos de la poesía, por lo que escogimos una palabra a la que interrogaremos durante todo el trimestre. Es la palabra VIAJE.
Existen muchas clases de viajes, quizá tantos como seres existan cogidos por sus impulsos complejos y extensos. Impulsos derivados de los anhelos, los instintos o las pasiones. Propongo entonces una primera pregunta: ¿qué es, esencialmente, un viaje? ¿hay uno o más elementos que, sin excepción, sean comunes a todos y cada uno de los viajes habidos y por haber?

el taller responde:
     - el azar o expectativa
     - la partida
     - el regreso
     - el destino o meta
     - la memoria
     - el traslado
     - el desconocido
     - las motivaciones
Antes de escoger alguna de estas cosas que ustedes han dicho quisiera sacar de la lista la meta o destino porque pareciera que sí hay viajes que se cumplen sin la necesidad obligatoria de alcanzar el destino trazado, aunque la llegada, el llegar, sí está en la esencia profunda de los viajes, aunque íntimamente relacionada con la palabra volver. Sobre este punto abundaremos en otra ocasión. Ahora escojo un verbo de la lista: Para viajar hay que partir. Inexorablemente partir. Para viajar basta el sencillo y aparentemente inocente partir. Pero esto es mucho más que comenzar o empezar a caminar o ponerse en marcha o “ir hacia”. Es aún más sencillo; partir significa dividir una cosa en dos o más partes. Pero quisiera tomar esta división no como un hecho que produce fronteras o límites, sino precisamente lo contrario: partir es una división como son las de los puentes, que comunican y reúnen dos orillas distantes y lejanas. Leemos la división como una abertura, como abrir con una escisión desgarradora que asienta y muestra una realidad nueva. Nosotros decimos en castellano que partir es “abrir un fruto”, por eso se parece al puente. Porque abrir un fruto es una acción amorosa, erótica. Como un beso que reúne y convierte, a través de las bocas, a dos personas en un solo ser de una vez y para siempre.
Aquello que se divide en dos o más partes es el tiempo. Un hombre o una mujer que han viajado devienen en personas enriquecidas con elementos nuevos de todo orden, con un tiempo repleto de distingos insólitos y vastos. Por eso decimos de alguien que ha viajado “se le abrió el mundo”. En el fondo podemos decir que el tiempo - al partir- se “compone” con otra configuración. En castellano son semejantes partir y partitura. Se trata entonces realmente de una composición; en un caso es la forma de la música y en el otro es la forma del tiempo. Una forma que se relanza, se reordena y se revive. Una vez que el tiempo ha sido abierto, los horizontes del desconocido asoman consonando como la canción imposible que nos encanta y nos convierte, como el canto de las partidas que nos conmueve y nos impulsa. Amereida es un canto de viajes, un canto de partidas.

 

 

Prof. Manuel Sanfuentes

Partiré aludiendo a la aseveración, iniciada el primer trimestre, con “Dante o Nada” y la distinción de esa conjunción disyuntiva “o” en la cual se ha dicho los oficios se dan curso en la poesía; se dan curso puesto que están en tránsito… la poesía permanece.

Ese “o” denota diferencia, separación o alternativa entre dos cosas; digamos, un pensamiento que equipara porque va a la par y quiere distinguirse de la poesía, por supuesto.

Otras veces se acopla entre términos contrapuestos, blanco y negro, cielo y tierra. Y la última acepción de nuestro “o” es la que denota equivalencia; el recién llegado o el huésped.

Dejaré la diferencia y la contraposición para otra oportunidad y me remitiré al sentido de la equivalencia, la cual iguala el valor de dos cosas –imagino- distinguiendo sus diferencias; por ejemplo dos figuras distintas con el mismo área… son equivalentes.

Todo quehacer humano es capaz de establecer un nivel de equivalencia con la poesía ya que en su hacer halla siempre una zona vaga que se la entrega a esa indómita resolución que no resuelve sino que llama…

O avanzo en la vaguedad o fortuna inspiradora o aquí me detengo… avanzo…

Embriaguez, vagabundaje fronterizo, paseo, fuga, devaneo, promenande, ida y vuelta, avance y deseo de arrojarse a la jornada… viajar, partir.

En 1996 en la exposición de la UIA Unión Internacional de Arquitectos en Barcelona, donde la Escuela fue invitada, uno de los temas centrales eran los “Terrain Vagues”, los terrenos vagos, esas zonas eriazas en medio de la ciudad, sin destino y que nadie sabe que pasa ni qué pasó y siempre se plantean sus posibilidades. Creo que la Escuela participó por la sola idea de ese Vague, por el hecho de haber sido reconocida ella misma, la Ciudad Abierta, como un terrain vague. Tal vez un reconocimiento o una ligazón profundo a la instancia poética que aquí se construye… que ciertamente no es vaguedad sino novedad que parte siempre hacia su desconocido.

“Hay que se absolutamente moderno, (…) mantener el paso ganado”, avanzar, partir. Por eso mañana partimos a recorrer América. Moderno es quien sostiene su paso y va y se cumple en su palabra; y más que ser fiel a letanías es fiel al paso dado.

No sé por qué cierta razón Godo en un Taller de América insistía que había que ir a Beijing, tal vez como lugar de travesía, tal vez como una avanzada hacia el oriente; el siguiente paso puesto que ya teníamos ganado Europa como una íntima y familiar memoria. Tal vez era el terreno más vago al que podía aludir; él mismo fue quien señaló en 1984 las Travesías para los talleres de la Escuela.

Es que es preciso partir, abrir; la poesía mientras permanece siempre se abre en una nueva partida, a un nuevo paso puesto que hay que sostener lo ganado; y lo ganado es esta relación con la poesía, este modo de acompañarse entre la palabra y la acción; entre el dibujo y su notación.

Entonces yo partí tiempo después a Japón antes que a Europa, a Tokio antes que París, a Kyoto antes que a Barcelona, a la meditación antes que a la contemplación. El orden de belleza era otro, la lengua era otra, los rostros iguales donde el mío hacía la diferencia. Europa ya había sido ganada, su modernidad ya se sostenía sola como la libertad en Nueva York.

Yo debía ir entre la extrañeza y la voluntad de entregar la vida entera a ese viaje del cual no se vuelve el mismo ni íntegro. El viaje no restituye sino que expande más aún ese terreno eriazo que es uno cuando la poesía ha tomado el pulso de la propia modernidad.

Moderno se refiere al tiempo de quién habla, quien habla está ejerciendo su ser moderno y hablar es explayarse, es abrazar la extensión, el continente, el orbe. Hablar es partir y partir es ir cumpliendo aquello que se ha dicho.

Nuestra poética difiere ciertamente con lo que impera, difiere de los racimos de lilas marchitas , de la amada paciente y de las cebollas; difiere se contrapone y equivale.

Asistimos a la poesía del Ha-Lugar cuando vamos yendo, cuando partimos a aquel lugar del continente que imperiosamente decimos debe ser abierto y fundado. Ha-Lugar en vez de un manifiesto, Ha-Lugar en vez de letanías… o…

Ante uno o lo otro el poema toma lo otro ya que sólo esa decisión hace posible la constitución de lo que es uno. El viaje va a lo más íntimo de uno mismo, la Travesía va a lo más íntimo de la Escuela, a su Ha-Lugar para marcar, inscribir y señalar que ese lugar señalado tampoco es, que esa permanencia tampoco lo es, y que es preciso volver a partir, volver a ir, no dejar de insistir que en ese deseo está todo para ser dicho y hecho.

En realidad la vida no se entrega a una actividad, sino a una palabra:


“Il faut être absolument moderne.

Point de cantiques : tenir le pas gagné. Dure nuit! le sang séché fume sur ma face, et je n'ai rien derrière moi, que cet horrible arbrisseau !... Le combat spirituel est aussi brutal que la bataille d'hommes ; mais la vision de la justice est le plaisir de Dieu seul.

Cependant c'est la veille. Recevons tous les influx de vigueur et de tendresse réelle. Et à l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes.

Que parlais-je de main amie ! Un bel avantage, c'est que je puis rire des vieilles amours mensongères, et frapper de honte ces couples menteurs, - j'ai vu l'enfer des femmes là-bas ; - et il me sera loisible de posséder la vérité dans une âme et un corps .”

Adieu
Arthur Rimbaud.
Avril-août 1873.


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