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Texto leído en el acto del
lanzamiento del Libro
Escuela de Valparaíso
- Ciudad Abierta
Fabio Cruz P.
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ver también:
Discurso del Prof. Salvador
Zahr M.
Dircurso
del Prof. Arturo Chicano J.
e.[ad]
Escuela de Arquitectura y Diseño
Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso.
Av. Matta 12, Recreo,
Viña del Mar, Chile
fono: (56-32) 274401
fax: (56-32) 274421
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Tan
sólo voy a señalar algunos hechos y momentos de los
inicios de este proceso que me tocó vivir; quizás puedan
aparecer menores y hasta anecdóticos, pero espero que cobren
su verdadera dimensión por el hecho de estar insertados en
una tarea ininterrumpida que llega hasta hoy, parte de la cual está
reflejada en el libro que hoy se lanza.
Todo parte en Santiago por el año 1950.
En este tiempo se produce en la Escuela de Arquitectura de la Universidad
Católica, un movimiento (por llamarlo de alguna manera!),
que pone en discusión la gran dicotomía que se producía
en la enseñanza del Taller: en los dos primeros años
se enseñaba arquitectura “clásica” y a
partir de Tercer Año, Arquitectura “Moderna”.
A raíz de este movimiento de los alumnos
las clases se suspenden por algunos días, creo que hasta
semanas – cosa inusitada en ese tiempo, más aún
en la Universidad Católica de Chile, - en tanto se disputaba
vehementemente el tema con la dirección y algunos profesores.
El movimiento se originó en los cursos superiores.
José Vial y Arturo Baeza, tuvieron una participación
muy activa en la dirección del movimiento; el que, por su
propia dinámica, trascendió rápidamente los
límites internos de la Escuela al involucrarse las autoridades
de la Facultad y posteriormente de la Universidad (que era “Pontificia”).
En medio de estas circunstancias, en las vicisitudes
propias de este género de acciones, se conversaba y se entablaban
relaciones con otras personas vinculadas de alguna manera al quehacer
universitario.
En ese momento, y a través de un alumno de la Escuela - algo
mayor, porque antes había estudiado literatura – nos
encontramos con Godo. Su participación ayudó - decisivamente
a situar los límites y características del conflicto
de la Escuela, el que concluyó finalmente con el cambio del
plan de estudio de los primeros años.
En este tiempo, 1951, Alberto Cruz trabajaba profesionalmente
con Pancho Méndez y simultáneamente realizaba un Taller
en Segundo año.
Ahora Bien, en este Taller se planteó, por primera vez, el
“Salir a observar” directamente la vida de la ciudad
por medio del croquis y la anotación. Y las proposiciones
arquitectónicas que se hacían debían surgir
de dicha observación.
José Vial, Arturo Baeza y yo, asistíamos
a menudo a ese Taller en calidad de amigos de Alberto).
Ese mismo año 1951, y como rebote y consecuencia
de las inquietudes y horizontes abiertos en el movimiento de la
Escuela que ya señalé – fuimos constituyendo
un grupo formado por Alberto, Godo, Pancho Méndez, Jaime
Bellalta (que ese mismo año, partió a Harvard), Miguel
Eyquem, Pepe Vial, Tuto Baeza y yo.
Nos reuníamos casi diariamente en las tardes
en la ‘Oficina – Taller’ que Pancho Méndez
tenía en el 10º piso de un edificio situado en la calle
Ahumada.
La presencia de Godo fue fundamental.
Godo era argentino de padres italianos, quien luego de estudiar
dos años de Economía en la Universidad de Buenos Aires,
se había entregado definitivamente a la Poesía. En
verdad Godo tenía otra raíz cultural, otra visión
de la realidad, otra concepción de América (hijo de
emigrantes), otra dimensión de la condición humana.
Llevábamos un año en este género
de vida, cuando un día, a fines de Enero de 1952, yendo por
la calle Moneda, un alumno de Arquitectura de la U.C.V. –
Enrique Concha – se acerca a nosotros y le dice a Alberto
que el nuevo rector de la Universidad, el Padre Jorge González,
Jesuita, estaba interesado en que se incorporara a la Escuela de
Arquitectura de esa Universidad.
Ese mismo día en la tarde, en el Taller
de Pancho Méndez, nos reunimos todos y decidimos algo disparatado:
Alberto hablaría con el Padre González y le diría
que sí a su ofrecimiento, pero... que no era él sólo,
sino que éramos 8!
Se realizó lo acordado y pasado algunos
días, el P. González respondió afirmativamente,
pero indicando, además, que había que partir inmediatamente
en Marzo.
Cabe señalar, que el año anterior había sido
nombrado Decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo el arquitecto
Manuel Marchant, y como profesor de taller de la Escuela a Carlos
Bresciani, con quien el padre González tenía una antigua
amistad.
Carlos Bresciani sucedió al año siguiente a M. Marchant
como decano, cargo que desempeñó por cerca de 14 años,
apoyándonos decididamente.
Al configurar con mayor precisión la nueva
vida académica que íbamos a emprender, Godo señaló
que no bastaba que nos integráramos como profesores y ayudantes
de la Escuela.
Era necesario, simultáneamente, crear un ámbito de
estudio más amplio, más abierto, que la mera actividad
docente; un lugar al que pudieran concurrir otras personas, otros
artistas, otras disciplinas.
Se pide entonces al P. González fundar un centro no dependiente
de la Facultad sino de la Rectoría, y naturalmente, disponer
de algunos medios para materializarlo.
El Rector aceptó, y así se fundó el Instituto
de Arquitectura, primer instituto de la U.C.V.
En Marzo de 1952, iniciamos nuestro traslado a
Valparaíso, cerrando los compromisos de distinta índole
que cada cual tenía en Santiago.
Inicialmente algunos se fueron a una pensión,
otros viajábamos por el día. En el mes de Mayo, todos
– excepto Jaime Bellalta que aún no volvía de
EE.UU – ya estábamos instalados en Viña: arrendamos
4 casas de un conjunto que se estaba terminando de construir en
el Cerro Castillo. Dos casas para los casados (Godo y la Ximena
y cuatro niños; yo, mi mujer y una guagua) y dos casas para
“los solteros” y para Taller – Instituto, en donde,
de inmediato, formamos una buena biblioteca con todos nuestros libros
personales.
Conviene anotar que ese año 1952 los dos
mayores de nosotros tenían 35 años, los intermedios
30, y los menores 25 años.
Al cabo de dos años Jaime Bellalta con su
mujer Esmee Cromie, inglesa, paisajista, y dos hijos parte a vivir
a Inglaterra.
Algo después se incorpora desde Argentina, Claudio Girola,
escultor, hijo de orfebre italiano, quien permanece con nosotros
hasta su muerte. La presencia de Claudio nos permitió conocer
directamente y convivir con el mundo maravilloso e inefable del
espacio puro.
En el curso de estos primeros años los solteros
se fueron casando y los hijos aumentando. Todos seguíamos
viviendo en el mismo conjunto de casas (llegamos a arrendar 7).
Seguíamos yendo a la Escuela de Arquitectura en las mañanas
y en las tardes a la Sede del Instituto de Arquitectura. Recibíamos
muchas visitas de toda índole y de diferentes lugares.
Logramos así constituir una plena unidad
de “vida, trabajo y estudio”, sin dicotomías,
en que se sustentaba nuestra acción artística y académica.
Aunque resulte tal vez demasiado íntimo,
creo que es del caso en este escueto recuento, mencionar la paciencia
y abnegación de nuestras esposas, que hicieron posible este
género de vida, no exento de dificultades.
Entretanto en este periodo inicial iban surgiendo
los primeros discípulos, principalmente de entre aquellos
alumnos que llegaron de Santiago y que habían participado
en el Taller que Alberto hizo antes allá, que ya mencioné.
En lo fundamental, lo que nosotros trasmitíamos
y enseñábamos era el reflejo de nuestra propia aventura
creativa, que se fundaba e iluminaba en dos afirmaciones: una: que
el hombre por su naturaleza misma es de condición poética,
lo que lo lleva incesantemente a reinventar, cada vez, la figura
del mundo; y la segunda afirmación: que la obra de arquitectura
se origina a partir de la observación o elogio de la realidad
cotidiana, por medio del dibujo y la palabra.
Estas afirmaciones fundamentales han seguido iluminando
nuestra aventura y han fructificado en el tiempo de múltiples
maneras.
Para terminar quisiera recordar aquí y ahora
a aquellos que formaron parte del grupo inicial y que paulatinamente
nos han ido dejando:
a la Ximena – señora de Godo, en 1975; a Tuto Baeza,
en 1981; a Pepe Vial en 1983; a Claudio Girola, en 1994; a Godo,
hace sólo tres años.
Muchas gracias.
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