Aquí y ahora, nos encontramos reunidos
entre tantas de sus cajas vacías para rendirle un homenaje
a un extraordinario artista que tuvo el coraje de ser, probablemente
el primero en manifestar a viva voz, el vacío como materia
prima de la escultura.
Se trata de un artista que nombró el
total de su obra (y con ello su vida) como un “Propósito
experimental”. Efectivamente, tal fue el compromiso y rigurosidad
de su posición artística que esta le acarreó
una vida de ásperas disputas y alegatos tanto con las autoridades
civiles como con otros artistas y administradores.
Su trayectoria, con mucha injusticia en función
de la brevedad la trazaremos como un recorrido que parte desde el
cubismo para pasar por el constructivismo ruso y luego llegar a
su proposición de vacío metafísico. Este someramente
consiste en el acto dinámico de desocupación de la
masa, distinto del vacío pasivo del constructivismo ruso.
Sobre esto ya volveremos.
Pero esta clase no quiere extenderse sobre
los “por qué” de la obra de este escultor sino
de los “cómo” de esta exposición.
Es justo comenzar anotando que en esta sala no hay una exposición
de las obras de Oteíza; que aquí no hay ninguna obra
de Oteíza.
Lo que aquí se expone es un homenaje
a este escultor, realizado por la Escuela de Arquitectura y Diseño.
Más aún; es el Primer año de Diseño
de nuestra Escuela, que a partir de fotografías y tras el
estudio y modificación de varios modelos, presenta aquí
el modelo a escala natural realizado en madera aglomerada y pintada
de negro que se encuentra, según todos los datos que pudimos
recabar, más próximo sino igual al real.
Esta es la verdad; se trata de un ejercicio
académico que quiere poner en juego todos los potenciales
del diseño: la observación, la especulación
sobre la forma, el dibujo, las medidas, la construcción y
sus técnicas y finalmente esta misma exposición. Esta
última como la voluntad de donar, sin restricción,
al mundo. Ha de ser un barco que flota autónomo en cualquier
mar.
Estas son las razones académicas. Pero
no es la razón sino la pasión la que es capaz de sostener
este homenaje que aquí tenemos. Y es de esa pasión
de lo que vamos a hablar.
El vacío y la escultura ¿se
dan cuenta que estamos hablando de una contradicción, una
incongruencia radical?, es como decir 1 = 0
Pero es ahí, justamente en este destello
equívoco de la razón donde el arte asoma. Es en las
trizaduras del espejo, donde la imagen se desencaja, ahí
mismo asoma siempre el arte.
¿Cómo se llega a semejante incongruencia?
En los albores de la historia humana, allí donde los caminos
se cruzaban, los hombres levantaban una enorme piedra. Esa piedra
representaba el dios de los viajeros, el de las decisiones arduas
¿cuál camino seguir?
Con el tiempo esa piedra erguida se transformó
en Hermes, el dios de lo oculto, de lo que ya no está, de
lo que fue y ya no más; de ahí entonces que este dios,
Hermes se convierte entre otras cosas el dios de los ladrones y
mercaderes.
Recuerdo que Claudio Girola mi maestro solía
contarme que hasta el día de hoy existe en Grecia un refrán
popular que reza así:
En Tho Litho Hermes: En toda piedra yace Hermes.
Siglos y siglos de esculturas pasaron y siempre
dentro de esa piedra (o sus similares), yacía Hermes y este
dios era cada vez más específico en representar aquello
que dolía por su ausencia. Que arte más religioso
que la escultura. Basta contemplar un cementerio (de los antiguos),
y relacionar los idos, los ausentes con el misterio de la masa-piedra.
Con el tiempo la escultura en su afán
de representar lo que no está viró hacia la alegoría:
la belleza, la proeza el poder, etc. Y su representación
básica y sistemática hasta fines del siglo 19 fue
la figura humana.
La escultura durante siglos estuvo prisionera de la figuración.
Fundamentalmente antropomorfismo ocasionalmente zoomorfismo.
Comparemos con la pintura; después
del renacimiento podemos señalar, con el advenimiento de
la perspectiva, una cantidad respetable de revoluciones de la figuración.
El paisaje metafísico de los románticos, los neoclásicos,
los pre-rafaelitas, los modernistas, los impresionistas, expresionistas,
cubistas, etc. ¿y la escultura?... igual gracias.
¿Qué le competía a este arte tan tosco sino
de representar una y otra vez de diferentes maneras y técnicas
la figura humana?
Ni siquiera Rodin con toda su genialidad imaginó
otra posibilidad para escapar de esta prisión. Estamos hablando
de 20 siglos de historia, quizás cuantos más.
La pintura podía representar un espacio.
De ahí a crear espacios había muy poco.
La escultura tenía que representar
entes. De ahí al vacío había un trecho inmenso.
Permítanme relatarles como paso.
Transcurrió mucho tiempo; la pintura
de la mano de Kandinsky había accedido a lo que habitualmente
se llama la abstracción, pero en virtud de la exactitud debiéramos
llamar la no figuración. En concreto separaron el cuento
que relata la pintura, de la pintura misma dejando a esta en la
libre expresión de su propia aventura.
Aquí aparecen dos escultores rusos
hermanos con distintos apellidos, Gabó y Pevsner quienes
vienen de un origen aparentemente muy distintos al de la escultura.
Por tradición familiar y formación personal son ingenieros.
Ellos saben de vigas y puentes y en virtud de esto sacuden los cimientos
mismos del arte de la escultura. Este arte con anterioridad a los
constructivistas siempre fue pensado materialmente como una masa
continua. Esto consagro históricamente dos técnicas
para esculpir: la talla directa y el modelado puesto que ambos métodos
consideran conceptualmente la materia como una continuidad.
Lo que incorporaron estos escultores rusos
es una tercera técnica en la que ya no existe esa continuidad
material sino un sistema de vinculaciones, de elementos distintos
que se estructuran en tensiones dinámicas. Concretamente
para la escultura aparece un elemento nuevo: el vínculo.
Sea este un perno, una soldadura, un remache, una pieza o cualquier
elemento constructivo que permita pensar la obra como unión
de elementos diversos y su construcción concebirla desde
adentro hacia fuera.
Ya no más, entonces esa masa continua
que debía ser modulada en su superficie como una figura.
Por primera vez el concepto de espacio aparece ligado a la obra
escultórica.
Por fin, la escultura queda libre de la cárcel
formal de la figura humana. Ella ahora junto con la pintura se debaten
en una aventura cuyo norte son los límites de la abstracción.
Por fin una escultura puede debatir la sustancia
misma de su ser escultórico que no es otro que la existencia
de ese dios primogénito. Ya no es necesario de vestirlo de
figura humana. Ahora se puede ir al encuentro de él, armados
sólo de materia y espacio.
Luego de este raudo paso por la historia del arte, volvamos, llenos
de emoción a esta sala, a estas cajas vacías de Oteíza,
producto de su última etapa como escultor.
Corría el año 1959, cuando publica
“El final del arte contemporáneo”, explicando
las razones del abandono de la escultura. En el futuro volverá
a ella sólo para corregir, proteger, defender, polemizar
por la pureza e incorruptibilidad de su arte. Escribirá tratados
sobre estética, poesía, cuidará de sus propias
exposiciones hará uno que otro monumento de sus propias esculturas
luchará por una enseñanza popular del arte incursionará
en la política, en las ciencias, será editor de revistas,
publicará sus disputas, en fin todo tipo de actividades propias
de un visionario.
Pero es mirando estas cajas vacías
que se entiende el extremo al que llevó la escultura y uno
entiende el porque se detuvo.
Su “propósito experimental”
lo llevó a reducir la materia a una delgada lámina
de metal soldado, lo mínimo posible para darle sentido al
vacío que modula.
Es entonces, la dinámica espacial la
materia protagonista de su obra. Esas láminas son en realidad
los meros vínculos (que los constructivistas inventaron)
para incorporar el espacio a sus esculturas. Por esto que en el
desarrollo de sus obras él habla de la desocupación.
Finalmente quisiera señalar que la
obra de Oteíza, lo que realmente hace, es poner en jaque
el concepto de materia. Desde ahí para nosotros como Escuela
de arquitectura y Diseño, y a los del Instituto de Arte quienes
fueron invitados a esta clase, quisiera saludarlos con un verso
que creo recordar vagamente que pertenece a Ungaretti y que mirando
esta sala se hace elocuente.
M’illumino d’inmenso
Me ilumino de inmensidad
Digo esto porque cada una de estas obras ya
no son cajas vacías sino señas desnudas, extensiones
visibles del dios que alguna vez habitó nuestra tierra.
Gracias.
(Clase Magistral dictada el Lunes 11 de Agosto
de 2003, en la Sala del Muelle Barón por el profesor y escultor
José Balcells.)
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